Fabricantes
de
MUERTE
EL RECIENTE BROTE DE ÉBOLA HA
LEVANTADO TODA CLASE DE SOSPECHAS ¿ESTAMOS ANTE UNA ENFERMEDAD PROVOCADA POR EL
HOMBRE? ¿ANTE EL NEGOCIO RENTABLE DE CORPORACIONES O SERVICIOS DE INTELIGENCIA
MILITAR? LOS FABRICANTES DE ENFERMEDADES EXISTEN, PERO TIENEN MÚLTIPLES
ROSTROS.
TEXTO Juan José Sánchez-Oro
FUENTE: Revista española Enigmas Nº 227,
Octubre de 2014.
En 2010, el
presidente Barack Obama descolgó el teléfono para llamar a Álvaro Colom. Obama
había decidido ponerse en conjunto con su homólogo guatemalteco por dos
motivos: disculparse personalmente e informarle de que había ordenado la
creación de una comisión de investigación para averiguar toda la verdad acerca
de un estudio epidemiológico secreto realizado por los EEUU a mediados del
siglo XX.
Durante el gobierno
de Truman, entre 1945 y 1949, la Secretaría de Salud Pública norteamericana
experimentó la eficacia de la penicilina en Guatemala. Para ello, infectó
deliberadamente con sífilis, gonorrea y otras enfermedades de transmisión
sexual a más de dos mil personas sin su consentimiento y con la connivencia de,
al menos, una decena de doctores guatemaltecos encargados de hacer el
seguimiento. El contagio de la población se sirvió de prostitutas o de
inyecciones directas sobre el pene, brazos, cara de presos, soldados y enfermos
mentales ingresados en psiquiátricos. También, varios niños huérfanos fueron objeto
de esta experimentación clandestina. Entre los objetivos del estudio estaba
analizar la evolución de dichas enfermedades de principio a fin, con todos sus
efectos y consecuencias. Así que, a los pacientes, no se les administraba
ningún tipo de tratamiento que paliara su malestar. Lo más dramático de este
desvarío es que hemos tenido conocimiento de él 60 años después y por pura
casualidad. Una historiadora norteamericana de la Medicina se hizo con los
papeles personales de un difunto doctor que participó en el ensayo clínico y,
de este modo, pudo destapar el horror.
Durante el
apartheid, las autoridades sudafricanas trabajaron en el Proyecto Coast,
para hallar un agente bacteriano que pudiera usarse contra la población negra
¿Podría estar pasando en nuestros días algo
similar? La lista de extrañas afecciones mortales que parecen salir de la nada
y citan enorme alarma social durante un tiempo o incluso años, resulta enorme:
SIDA, gripe aviar, ébola, Síndrome tóxico, SARS... Su novedad y tremenda
virulencia da pábulo a toda clase de sospechas. Desde que han sido diseñadas
por inmorales laboratorios farmacéuticos para luego enriquecerse vendiendo el
antídoto, hasta tratarse de la disimulada manera en que las agendas
gubernamentales comprueban la eficacia letal de sus nuevas armas bioquímicas.
Todo vale en un mundo donde los intereses económicos y geopolíticos llevan
siglos demostrándonos su falta de ética.
Pero la respuesta a estas incógnitas, a
menudo, es mucho más compleja de lo que predican las leonas de la conspiración
que pueblan internet. Sin duda, en nuestro planeta se fabrican y utilizan con
fines perversos determinadas enfermedades mortales para el hombre. Pero el
tablero de juego en el que esto ocurre resulta más enmarañado que el simple
combate entre buenos y malos. Conviene ir caso por caso.
ZOONOSIS:
LA CLAVE DE MUCHOS ENIGMAS
Zoonosis
es una palabra de etimología griega compuesta por zoon -animal- y nosis
-enfermedad-. Con ella se alude a aquellas enfermedades infectocontagiosas que
pueden transmitirse de animales a seres humanos a través de algún fluido
corporal -orina, saliva, etc.-, gracias a algún intermediario -mosquitos,
pulgas, garrapatas, etc.- o bien mediante la ingesta humana del animal
infectado. Muchas de las más desconocidas y letales enfermedades de la
actualidad tienen este origen zoonótico. Comenzaron siendo una afección
exclusiva o latente de otras especies, pero debido a la mutación o la
adaptación natural del patógeno causante del mal, acabaron dando el salto a los
seres humanos.
El
ébola era un problema propio de los murciélagos africanos de la fruta donde el
virus tenía a su huésped natural y, por eso, las áreas infectadas coinciden con
el ecosistema de este quiróptero. Por su parte, el virus del SIDA es un
descendiente del agente viral SIV -Virus de Inmunodeficiencia del Simio- que
afectaba a los monos en algunas regiones de África. Igualmente, el reservorio
natural de los virus de la gripe aviar son las aves acuáticas migratorias. En
especial, los patos salvajes. Siendo estas aves las más resistentes a la
infección. Mientras que las aves de corral domésticas son las más vulnerables a
la enfermedad. Finalmente, el caso de esa variedad letal del resfriado común o
SARS -síndrome respiratorio agudo severo- es más difícil de precisar, aunque
las principales pistas ubican su causa en pequeños mamíferos de China. Por no
hablar de la peste bubónica medieval, que tuvo en las ratas y las pulgas el
origen de esta nefasta epidemia. Por lo tanto, no siempre debemos sospechar de
la maldad humana. La naturaleza lleva milenios demostrando que es capaz de
fabricar enfermedades mortales para el hombre, incluso, mucho antes de que
existieran nuestros modernos laboratorios.
DISEÑANDO
ENFERMEDADES RACISTAS
Basta echar un simple vistazo general para
darnos cuenta de que gran parte de los conflictos actuales tienen un acentuado
componente étnico. A buen según), para muchos gobiernos y grupos fanáticos
sería una bendición disponer de un arma que aniquilara selectivamente a la
población en función de la pigmentación que dominara su piel o de la creencia
religiosa y política que profesaran. Para esto segundo, no hay enfermedad
mortal posible. Sin embargo, las "bombas-raciales" han sido la íntima
esperanza de muchos desalmados.
Ya en 1998, el semanario británico The Sunday Times informó de que Israel
había fabricado un patógeno capaz de actuar sobre aquellos individuos
portadores de un determinado ADN. Obviamente, los científicos israelíes habrían
puesto en su punto de mira a los árabes. Si bien, de esta noticia nunca más se
supo. A pesar de que los autores prometieron una segunda entrega, jamás se
publicó. Por su parte, diferentes genetistas de primera fila calificaron esta
posibilidad como absolutamente fantasiosa.
Muchos más visos de realidad encontramos en un
caso ocurrido durante los años más duros del régimen racista de Sudáfrica. Su
gobierno, exclusivamente de raza blanca, impulsó un programa secreto de armas
biológicas y químicos debido a que, desde finales de los setenta, el aumento de
la beligerancia «ni Angola y las tropas entenas o soviéticas allí instaladas,
les hizo temer un ataque biológico. Así que trataron de prevenir la amenaza desarrollando
algunas vacunas. Pero, muy pronto, dicho enfoque de la investigación cambió y,
de una actitud defensiva, se pasó a otra ofensiva.
En 1983 nació el Proyecto Cuttxt, dirigido por
el doctor Wouter Basson y dedicado a la producción de armamento bioquímico para
emplearlo contra cualquier enemigo de Sudáfrica, ya fuera interno o externo.
Gracias a la mediación de una serie de empresas "fantasma")' la
colaboración de universidades autóctonas, se empezaron a fabricar diversas
toxinas letales.
No obstante, lo más desquiciado del asunto
vino con la cantidad de recursos invertidos en el desarrollo de un agente
químico racial. Se calcula que al menos un 18% de todos los estudios
planificados por la principal corporación del Proyecto Coast, el Rodeplaat Research Laboratory, estaban
consignados a inventar sustancias anticonceptivas que, administradas
furtivamente a la población negra, redujeran su tasa de natalidad Una obsesión
para el gobierno racista que pretendía esterilizar a la mayoritaria comunidad
de color sin que sus miembros se dieran cuenta y, por esta vía, debilitar
también la disidencia dentro del aparheid.
Con el advenimiento del presidente Nelson Mándela, el Proyecto Coast salió a la luz y, en 1998, la Comisión para la
Verdad y la Reconciliación puso sobre la mesa todos los detalles del mismo.
Entre sus objetivos estaba la intención de diluir los anticonceptivos en el
suministro del agua que llegaba a los barrios negros. Otros testimonios de
científicos implicados afirmaron que buscaban un agente bacteriano capaz de
matar selectivamente a la población negra.
De talos modos, una vez desmontado el
tinglado, todavía algunos de sus antiguos miembros intentaron sacar provecho de
los avances obtenidos. En 2003, el diario The
Washington Post publicó cómo un científico sudafricano había tratado de
vender al FBI un frasco con bacterias de la mortal gangrena gaseosa. Pedía 5
millones de dólares y el permiso de inmigración para toda su familia y varios
socios. A cambio, ofrecía otras cepas adicionales de microorganismos
genéticamente alterados y causantes de ántrax, peste, salmonella y botulismo
junto con sus correspondientes antídotos. La transacción fue denunciada y las
autoridades sudafricanas abrieron una investigación.
En verdad, fabricar enfermedades que únicamente
infecten y se transmitan dentro de un grupo étnico resulta difícilmente realizable,
aunque tampoco se puede descartar del todo. De hecho, algún gobierno ha tomado
precauciones por si acaso. En 2007, el diario Kommersant publicó que Rusia acababa de prohibir la salida de
sangre humana, pelo, ADN y médula ósea fuera del país. Las autoridades temían
que estas muestras estuvieran siendo utilizadas para crear un "arma
biológica de ingeniería genética" capaz de hacer estéril a la población
rusa o eliminarla. La decisión había sido adoptada por el viceprimer ministro
Sergei Ivanov, tras cotejar ciertos informes que hablaban de un complot
extranjero en el cual se sugería el nombre de la Escuela de Salud de la
Universidad de Harvard o del departamento de Justicia de los EEUU como parle
del mismo.
Sin embargo, hoy por hoy, esta clase de
discriminación no resulta perfecta poique la genética entre las diferentes
comunidades humanas es casi idéntica y los cruces biológicos han sido muy
abundantes a lo largo de la historia. Además, existe el riesgo de que una vez
implantado el patógeno letal, éste mute o se adapte a los antídotos y termine
afectando a otros grupos hasta entonces inmunes. No obstante, la rumorología
continúa y, en su día, alcanzó incluso al SIDA, Y es que el VIH o virus de la
inmunodeficiencia adquirida tenía toda la apariencia de una enfermedad
ideológicamente fabricada. Parecía castigar, sobre todo, a un colectivo
marginado -el homosexual- y se transmitía sexualmente, lo que situaba a la
moral conservadora en el centro mismo de la diana. Sin embargo, los rumores
sobre su origen recorrieron otra trayectoria.
Una revista soviética en 1985 sostuvo que la
epidemia había empezado en Zaire después de que varios científicos de los EEUU
hubieran llevado allí el virus en 1978. Esta acusación, sin mayor fundamento,
enseguida se politizó y alcanzó foros internacionales. Dos doctores de la
Alemania comunista, Jakob y Lilli Segal, avalaron la información y llegaron a
correlacionar la aparición de la enfermedad con la apertura del laboratorio
mili lar Fort Detrick en Maiyland. Pasado el tiempo, se pudo demostrar que toda
esta maniobra propagandística respondía a una campaña de desinformación contra
los EEUU, auspiciada por la KGB y denominada Infektion. En 1992, el primer ministro ruso Primakov admitió la
operación y en el libro Stasi: The Untold
Story of the East German Secret Police se expuso cómo colaboró la temida Stasi alemana en la difusión del bulo.
Bajo estas líneas, el presidente de
los EEUU Harry Truman.
Durante su mandato, entre 1945 y 1949, la Secretaría de Salud Pública norteamericana experimentó la
eficacia de la penicilina en Guatemala en un proyecto secreto que vulneró todo tipo de derechos
civiles.
Por si quedara alguna duda, en su obra Historia del SIDA, el científico Mirko
Drazen Grmek concluye que toda esta especulación resultaba insostenible ponqué
"el virus del SIDA existía en la naturaleza antes de 1,977" y
"ningún sabio del mundo podía poseer en esa fecha conocimientos
biotecnológicos suficientes para 'crear' ese virus". Aunque "si bien
el virus del SIDA no fue sino una pretendida arma biológica, como arma
psicológica realmente tuvo bastante éxito". En 1992, todavía el 15% de los
norteamericanos consideraba definitivamente probado que el SIDA había sido
creado a propósito por el gobierno en uno de sus laboratorios.
EL PELIGRO DE
QUERER SABER MÁS
En el estudio de las enfermedades humanas se
da una situación paradójica. Y es que la más noble e inocente de las
curiosidades científicas ñus puede colocar al borde del precipicio. Hace unos
meses, la revista Proceedings of the
National Academy of Sciences publicó el descubrimiento de un nuevo virus
encontrado en el permafrost siberiano, denominado Pithovirus sibericum, presentaba unas dimensiones descomunales y
una antigüedad de 30.OOO años. Su milagrosa supervivencia de este virus gigante
no fue considerada nada excepcional. En declaraciones a la prensa, uno de los
autores del estudio, Jean-Michel Claverie, perteneciente al laboratorio Information Génomique et Structurale (IGS-CNRS)
de Marsella, aseguraba que "ya no es dominio de la ciencia ficción"
el hecho de que determinados virus y bacterias, considerados extinguidos hace
milenios, permanezcan aletargados en el subsuelo helado de Siberia. Pero,
¿hasta qué punto es recomendable "resucitar" estos microorganismos
prehistóricos? ¿Acaso nuestras ansias de saber no estarían "devolviendo a
la vida" una fatal amenaza para el ser humano?
La comunidad científica prefiere mirar hacia
la cara más amable del asunto y pensar que, de no hacerlo, quizás, nos estemos
privando de importantes beneficios. Además, la única manera de estar preparados
ante plagas y epidemias desconocidas es afrontándolas con tiempo suficiente
como para generar los medios de combate. En biología se necesita tener la
enfermedad dentro del tubo de ensayo, para poder obtener y comprobar la
eficacia de un remedio. De ahí que muchos científicos intenten anticiparse en
el laboratorio a las variaciones futuras de los virus más dañinos.
Pero, de nuevo, esta carrera a contrarreloj nos
coloca en un escenario de riesgo. Por ejemplo, el pasado mes de enero se
celebró una reunión secreta entre científicos convocada por Yoshihiro Kawaoka,
virólogo de la Universidad de Wisconsin. Kawaoka había desarrollado una cepa de
la gripe aviar –H1N1- inmune a la vacuna actual y cuya propagación
indiscriminada podría matar, al menos, a 400 millones de personas. La actuación
del virólogo estaba repleta de buenas intenciones porque pretendía mejorar el
diseño de futuras vacunas ante la llegada de virus H1N1 cada vez más
resistentes. Para ello, Kawaoka le hizo el "trabajo sucio" a la
naturaleza y mutó el virus anticipadamente hasta convertirlo en letal, acción
que algunos colegas suyos de prestigio como lord Robert May de la Universidad
de Oxford, calificaron de "una auténtica locura". La división de
opiniones entre los expertos no se hizo esperar y a las voces discrepantes, se
sumaron otras favorables a esta clase de experimentos. Lo cierto es que el
curriculum de Kawaoka ya contaba con algunas tentativas anteriores igual de
temerarias: ya reconstruyó el terrible virus de la "gripe española",
cuya pandemia de 1918 causó entre 50 y 100 millones de víctimas.
Representación gráfica de las cuatro cepas del virus ébola que se han desarrollado
este año en África Occidental, causando ya miles de muertos y provocando que la
OMS decretase emergencia sanitaria
internacional.
Otro debate no menos polémico suscitó en 2012
una decisión adoptada por la comisión científica de bioseguridad del Gobierno
de EEUU, el NSAAB. En plena alerta
por los efectos de la gripe aviar K1Y7, un laboratorio de máxima seguridad
ubicado en Rotterdam (Holanda) detectó una variante del virus que podía
transmitirse entre mamíferos. Hasta entonces, la única vía de contagio
reconocida iba de aves a humanos, con lo que el hallazgo implicaba la peligrosa
superación de una barrera biológica a la que se debía poner impedimento. Los
investigadores estaban dispuestos a aportar y distribuir toda la información
detallada de su hallazgo para generar una vacuna lo antes posible. Sin embargo,
la NSABB recomendó no publicar nada al respecto por temor a que el virus
escapara de algún laboratorio si cayera en manos terroristas. Al final, se optó
por establecer una moratoria.
Apellas se había cerrado en falso esta controversia,
cuando, meses después, la revista Journal
of Infections Diseases decidió ocultar parte de los datos de un nuevo
hallazgo epidemiológico. En el Departamento de Salud Pública de Sacramento, en
California, aislaron una nueva cepa de Clostridium
botulinum. Un organismo creador de la letal toxina botulínica capaz de
matar a un adulto con sólo dos microgramos. No se conoce ningún antídoto contra
esta enfermedad, así que los autores se encontraron con una censura inesperada:
el propio editor de la revista se negó a publicar la secuencia genética
completa cíe la bacteria, previa consulta a las autoridades sanitarias de EEUU.
La medida fue considerada cautelar, pero, obviamente, ¿cómo se puede fabricar
un remedio si se les niegan a otros científicos los dalos necesarios para
hallarlo? Una falla de transparencia que, para los detractores de esta censura,
únicamente contribuía a retrasar la solución al problema.
No obstante, existen buenas razones para ser
extremadamente prudentes. En un artículo publicado en 2012, Lynn Klotz, miembro
del Centro para el Control y No Proliferación de Armas, declaró que VI
instituciones estaban trabajando con tres enfermedades potencialmente mortales:
la viruela, el virus del SARS y el H5N1. El propio Klotz estimaba en un 80% la
probabilidad de que una de estas enfermedades escapara de cualquiera de los
laboratorios cada 13 años. Al margen de que estos cálculos sean o no realistas,
hay algún precedente de fuga de virus que obliga a actuar con cautela. En el
año 2004, una negligencia en un centro gubernamental de investigación de máxima
seguridad de Pekín liberó un patógeno del síndrome respiratorio agudo severo o SARS.
El brote mató a una persona e infectó a otras nueve antes de que pudiera
eliminarse.
LAS TEMIBLES
ENFERMEDADES
ERRADICADAS
La lucha contra esta clase de patologías
ofrece un panorama tan delicado que debemos desconfiar incluso de las
enfermedades ya desaparecidas. Es el caso de la viruela, cuyo combate se vino
librando con eficacia desde finales del siglo XVIII cuando el médico inglés Edward
Jenner elaboró la primera vacuna. Posteriormente, el perfeccionamiento de este
remedio llevó a que en 1979 la Organización Mundial de la Salud declarara
aniquilada la enfermedad. Entonces, EEUU y la URSS se encargaron de custodiar
dos cepas vivas de viruela de cara a posibles necesidades sanitarias futuras.
Pero, desde ese momento, ya se dejó de administrar la vacuna, así que, hoy día,
vive muy poca gente protegida de la enfermedad. El tratamiento de los afectados
pasaría por su ingreso en el hospital bajo condiciones de aislamiento y la
administración de antibióticos que aliviaran las infecciones secundarias. Pero
destruir la viruela del cuerpo exige la vacunación durante los primeros días de
exposición, después de lo cual, resulta muy difícil de superar. Cuando todavía se
la consideraba activa, en enero de 1960, un ciudadano de Moscú contagiado de
viruela infectó a 46 personas, tres de las cuales fallecieron. La reacción de
las autoridades fue espectacular: 5.500 equipos sanitarios vacunaron a
6.372.376 personas en una semana y se colocaron bajo estrecha vigilancia a
cuantas habrían estado en contacto con los enfermas.
Si un solo terrorista, de manera inadvertida,
estuviera afectado de viruela, acabaría convertido en una verdadera bomba
biológica de efectos devastadores. Tanto es el miedo que esta posibilidad
representa que, después de los atentados del 11-S Nueva York, el programa de
defensa contra el bioterrorismo promovido por el presidente Bush incluyó la
vacunación de la viruela de 500.000 soldados y unos 10 millones de sanitarios,
bomberos y policías. Es decir, militares, trabajadores y funcionarios que
pudieran estar en contacto directo con una amenaza real o cualquiera de las
víctimas. Para el resto de la población, la decisión de vacunarse sería
voluntaria. George Bush justificaba la medida conforme a determinados informes
de los servicios de Inteligencia.
Pero lo más descorazonador del asunto es que,
una vez invertidos 5.600 millones de dólares en lo que se denominó pomposamente
Proyecto Escudo Biológico, la administración norteamericana tiene la sensación
de que el país sigue siendo absolutamente vulnerable aún ataque biológico. Y lo
que es más grave aún, existe el convencimiento de que el miedo a una agresión
nuclear ha pasado a un segundo lugar frente a una epidemia de viruela o la
difusión de cualquier otro patógeno letal.
Por el camino, hay quien hace negocio de la
prevención. Y las elevadísimas cifras que se manejan en el sector, alimentan
toda clase de suspicacias. Sólo en 2007, la compañía biotecnológica danesa Bavarian Nordic firmó un contrato de 500
millones de dólares con el Gobierno estadounidense para suministrarle una nueva
generación de vacunas contra la viruela para proteger a la nación de un
eventual atentado.
CUANDO EL MIEDO MATA
Y SALE RENTABLE
No deja de ser llamativo que una enfermedad
oficialmente erradicada como la viruela sea capaz de atemorizar a toda una
sociedad y provocar cuantiosos dispendios presupuestarios aun gobierno
todopoderoso como el norteamericano. Este fenómeno indica que, en algunas
ocasiones, la verdadera amia de destrucción masiva para un país podría ser,
simplemente, el miedo. La reacción descontrolada de la gente o de los meneados
financieros ante una mínima amenaza biológica bastaría para destruir el orden
comunitario y provocar el caos en la más estable de las sociedades.
Circunstancia que, seguramente, reconfortaría a ciertos grupos extremistas o
mercantiles, los cuales, tras realizar una mínima inversión en patógenos,
sacarían un enorme rédito político o económico de ello.
Resulta de sobra conocida la onda expansiva de
temor que provocaron los atentados con ántrax de 2001, inmediatamente
posteriores al fatídico 11-S. Diferentes senadores y medios de comunicación de
los EEUU recibieron cartas con esporas mortales de carbunco. Esta
correspondencia letal provocó la muerte de 5 personas y 17 infectados. Aunque
la presunta culpabilidad del suceso recayó en un único hombre, el microbiólogo
Broce Edwards Ivins, que finalmente se suicidó, lo cierto es que las
repercusiones catastróficas de tales actos para el país sólo las hubiera podido
igualar un potente ejército rival. Se calcula que los atentados provocaron más
de 4.000 falsas alarmas cuya atención costó unos 100 millones de dólares.
Además, el seguimiento periodístico de los sucesos puso a disposición de k
opinión pública mucha información, considerada sensible, acerca de los
procedimientos gubernamentales para impedir ataques biológicos. Unos datos
confidenciales que podrían otorgar mayor ventaja operativa al enemigo.
Pero la segunda consecuencia de esta fiebre de
pánico fue que k sociedad estadounidense redujo su inmunidad natural. El miedo
al ántrax elevó notablemente el consumo incontrolado de antibióticos ente la
población, lo que, a corto plazo, hizo que ciertos patógenos se adaptaran mejor
a la acción de estos medicamentos y terminaran siendo irreductibles. De hecho,
actualmente se estima que entre 14.000 y 20.000 fallecimientos anuales
corresponden a muertes por infecciones resistentes a las más punteros
tratamientos médicos.
No menos sorprendente fue k agitación
económica que causó en 2003 y parte de 2004 la epidemia del desconocido SARS.
Este síndrome respiratorio agudo severo provocó en Asia y Canadá alrededor de
900 víctimas. Una cifra, sin duda, elevada, pero muy similar a la proporcionada
por algunas catástrofes naturales en k zona. Sólo los seísmos e inundaciones en
China, desgraciadamente, acumulan cada ano un número de muertos parecido, si no
mayor. En cambio, los brotes de SARS redujeron el turismo, las exportaciones y
el comercio en Hong Kong, Taiwán, Singapur y la China continental. Hong Kong,
con más del 20% de los casos y el 32,8% de las muertes, padeció dos caídas
intertrimestrales sucesivas en su PIB y las ventas minoristas disminuyeron un
6% interanual en el mismo período, según la agencia asiática CLSA. Por su
parte, los 44 casos detectados en Ontario (Canadá) restringieron el tráfico
aéreo, vaciaron hoteles, restaurantes y salas de congresos una vez que la OMS
aconsejó no viajar a la ciudad si no era imprescindible. Sólo el coste en
turismo y viajes para esta localidad se calculó en 84 millones de dólares.
Igualmente, en el caso del ébola se teme que
el impacto económico de la epidemia deje tantas víctimas o más que la propia
enfermedad y pueda hundir en la depresión a los países afectados. El ministro
de Agricultura de Sierra Leona, José Sam Sesay, manifestó a la BBC que "la
economía se había desinflado en un 30% a causa del ébola". Por su parte,
el Banco Mundial esperaba que el crecimiento del PIB en Guinea pasara del 4,5%
previsto al 3,5%.
LA REACCIÓN DESCONTROLADA DE LA
GENTE O DE LOS MERCADOS ANTE UNA MÍNIMA AMENAZA BIOLÓGICA, BASTARÍA PARA
PROVOCAR EL CAOS EN LA MÁS ESTABLE DE LAS SOCIEDADES
EL NEGOCIO DEL ÉBOLA
En
torno al ébola no sólo hay víctimas africanas y miseria, sino que algunas
corporaciones están sacándole provecho. Desde que la prensa informó que varios
infectados estadounidenses habían sido tratados con un suero
"milagroso", las acciones de la compañía Tekmira Pharmaceuticals subieron un 40%. Tekmira es una de las empresas que cuenta con un remedio
experimental y trabaja para el Gobierno norteamericano. En concreto, para su
Departamento de Defensa, al que le une un sustancioso contrato de 140 millones
de dólares. Sin embargo, llevaba años sin dar beneficios. Pero la situación
ahora ha cambiado y sus gestores prevén ingresar 100 millones de dólares por su
medicamento y obtener ganancias este año, siempre y cuando, les autoricen a
probar su nuevo tratamiento. Un representante de la farmacéutica señaló a la
prensa que "a nadie le importan estas compañías hasta que hay una
crisis", entonces sus acciones se disparan.
Tres décadas después,
continúan existiendo numerosas lagunas sobre lo que se
conoció en España como el Síndrome
Tóxico
Y es que el estancamiento e, incluso, la
escasez de alimentos, comienzan a ser un horizonte demasiado cercano en algunos
rincones del África Occidental. Los cordones sanitarios impiden el flujo de
mercancías y comerciantes en Guinea, Liberia y Sierra Leona. Los agricultores
huyen de las zonas afectadas. Las empresas internacionales con explotaciones
mineras y petrolíferas están evacuando a sus empleados extranjeros. Brítish Airways,
Emirates y otras dos líneas aéreas africanas han anulado sus vuelos en los
territorios más comprometidos y los inversores se lo están pensando antes de
llevar a cabo nuevas iniciativas empresariales.
En definitiva, la mortandad de una epidemia
puede ser ampliamente superada por sus repercusiones económicas y sociales. Un
ideal "río revuelto" del que muchos aprovechan para sacar ganancia y
donde las teorías "conspiranoicas" jugarían muy en contra de la misma
población a la que se pretende hacer "despertar".
¿COBAYAS HUMANAS
TAMBIÉN EN ESPAÑA?
Sin embargo, resulta muy difícil sustraerse a
las teorías de la conspiración porque, como reflejan los casos absolutamente
confirmados de Guatemala o Sudáfrica, en ocasiones, la realidad y k crueldad
humanas superan a la imaginación más calenturienta. Incluso España no lia sido
ajena a esta clase de rumores y noticias que nos hablan de experimentos
clandestinos con cobayas humanas, aunque aquí no contornos con una completa
certidumbre. Las periodistas Manuel Ceñían y Antonio Rubio desvelaron que, en
1988, un mendigo y dos drogadictos habían sido secuestrados por el servicio de
inteligencia español -CESID- para inocularles una sustancia anestésica. Al
parecer, los agentes querían comprobar la eficacia de esa droga para, más
tarde, inyectársela aún destacado terrorista vasco, raptarlo de su residencia
en Francia e interrogado. La operación fue un fracaso. El mendigo, quizás
demasiado débil de salud, no aguantó la dosis y falleció. Aunque nunca se supo
qué compuesto químico realmente le suministraron. Mientras, las otras dos
víctimas opusieron una resistencia tan firme que terminaron golpeadas,
lesionadas y abandonadas por las agentes en una cuneta.
Frente al escaso recorrido que en la prensa y
los tribunales tuvo este turbio asunto, destaca el denominado Síndrome Tóxico.
Una desconocida enfermedad que, a principio de los años ochenta, afectó a miles
de personas, puso en jaque a la sanidad española y dividió a la opinión
pública. El desconcierto generado fue tal que, en muchas conciencias, sobrevoló
la idea de que se estaba ante la secreta experimentación de una nueva amia
bioquímica y asi lo denunciaran algunos investigadores.
El Síndrome Tóxico hizo acto de presencia el 1
de mayo de 1981 en Tomajón de Ardoz, Madrid. A un niño de 8 años se le detectectó
una insuficiencia respiratoria aguda de origen desconocido e, inmediatamente
después, enfermos de toda edad y condición aparecieron en el resto de la
provincia, Castilla y León, Castilla-La Mancha, Ourense y Cantabria sobre todo.
Al cabo de unas semanas, los afectados se rentaban por cientos y empezaron los
fallecimientos. Una hipótesis inicial situó la causa del mal y su contagio en
el aire. Pero, enseguida, el punto de mira de los expertos se puso en la
alimentación. Al parecer, la ingesta de aceite adulterado había provocado la
catástrofe. Según las autoridades sanitarias, ciertos desaprensivos entendieron
que podrían hacer un gran negocio si destinaban para el consumo humano el
barato aceite de colza, originalmente concebido sólo para uso industrial. El
problema radicaba en adecuarlo al ámbito doméstico para que nadie detectara el
cambiazo. Así que la colza debía refinarse de un modo especial, eliminando
colorantes y añadiéndole aditivos. Este procesamiento resultó nefasto para el
producto y el aceite pasó a convertirse en puro veneno. Su distribución a
través de la venta ambulante y al margen de todo control sanitario, hicieron el
resto.
Oficialmente, hubo 20.084 enfermas y 1.799
muertos hasta el año 1995. Las secuelas físicas para muchos de los afectados
resultaron incurables. Una vez las partidas de aceite adulteradas fueron
localizadas, se procedió a retirarlas y canjearlas por otras de aceite puro de
oliva. Mientras que los empresarios responsables del fraude acabaron detenidos,
juzgados y condenados.
Pero, el año 1992, al leerse k sentencia
definitiva del proceso, saltó la sorpresa. El Tribunal Supremo aceptaba que la
explicación científica de k enfermedad adolecía de algunas lagunas importantes.
Para los magistrados, la correlación manifestada por los peritos técnicos entre
el desarrollo de k enfermedad y el aceite adulterado con anilina aun 2%
resultaba suficiente como para establecer la culpabilidad de los implicados.
Sin embargo, también el tribunal aceptaba que no se había conseguido
identificar con exactitud al agente tóxico específico ni la cadena biológica
causal que provocaba la enfermedad. Además, se reconocía k ausencia de experimentos
con animales que confirmaran al completo k teoría del aceite adulterado.
Como señalan los cinco doctores firmantes del
artículo "El síndrome del aceite tóxico: 30 años después", publicado
en la Revista Española de Medicina Legal el
año 2011, "prácticamente ningún estudio efectuado durante los primeros 10
años posteriores al brote reveló efectos tóxicos en animales de experimentación
tratados con los supuestos aceites del caso". Es decir, al inyectar
muestras de colza adulterada en ratones de laboratorio, los efectos que
presentaban las cobayas no coincidían con los padecidos por los enfermos
humanos. Los autores firmantes del trabajo justifican esta contrariedad en que
la fórmula química del aceite inoculado alos animales no era exactamente igual
al refinado fraudulentamente, porque de hecho, se desconoce con exactitud cómo
hicieron aquella desnaturalización. Así que no cabe esperar idénticos
resultados si no se cuenta con idéntica sustancia.
Pero los agujeros de la tesis oficial
sirvieron para alentar otras explicaciones. En su día, hubo alternativas como k
ingesta de tomates contaminadas con un pesticida organofosforado de uso ilegal
en España. Un envenenamiento defendido por el médico militar y teniente coronel
Luis Sánchez Monje Montero o por el Dr. Antonio Muro y Fernández Cavada,
director en funciones del Hospital del Rey en Madrid. También, el catedrático
de Medicina Legal y director del Instituto de Ciencias Forenses de la
Universidad de Sevilla, Luis Frontek Carreras, presentó un informe en donde
hack responsable de la tragedia a un insecticida para parásitos de las raíces.
En 2011, en declaraciones al diario ABC, el Dr. Frontela reveló que cuando
descubrió que no había sido el aceite de colza, se puso en contacto con el
secretorio de k Organización Mundial de la Salud: "En esa conversación,
que tengo grabada, él me contestó que ya lo sabía".
El conocido periodista Andreas Faber-Kaiser
fue más lejos aún con su libro Pacto de Silencio. En su opinión, había que
poner el fondo del asunto en el contexto del desarme químico entre Estados
Unidos y la U RSS. Unos acuerdos bilaterales que les obligaban a mantener las
apariencias y seguir experimentando de manera clandestina con esta clase de
armas a través de empresas privadas multinacionales. España estaba recién
salida de una dictadura y de un intento de golpe de Estado, así que necesitaba
tanto la estabilidad política como el apoyo estadounidense. Por lo tanto, era
un campo de pruebas bioquímicas ideal para los EEUU, sabedores de que un
posible escándalo sanitario nunca llegaría a salpicarles y sería tapado por el
Gobierno español.
Pero, si al puzle de la tesis oficial sobre el
origen del Síndrome Tóxico le faltan piezas, otro tonto podríamos decir también
sobre este conjunto de planteamientos alternativos, siempre y cuando reclamemos
el mismo grado de exigencia para todos ellos. En definitiva, mientras la
enfermedad siga siendo contemplada como un negocio o un arma, se mantendrá
abierto una gran puerta a las prácticas y los conocimientos siniestros. En ese
oscuro lugar, lo peor del ser humano siempre encontrará su más demencial
paraíso.